Epilogo: La Paz del Ahorcado

Kraye se sentó en la entrada de la mansión. Sin más luz que el escaso brillo de las dos lunas, oculto parcialmente por las perennes nubes del Yermo, apura las últimas caladas de su pipa. La mansión, a su espalda, silenciosa y vacía. Jeremiah sabe que ha fracasado y solo le resta esperar.

A lo lejos, dos figuras marchan hacia la mansión.

...

Daedalus es todo lo contrario a la mansión. Las noticias de y los rumores sobre la conferencia empiezan a recorrer las calles. Los portavoces del Consejo hablan de acuerdo entre las partes, pero los periódicos muestran otro discurso muy diferente. Apenas unos endebles acuerdos, lo justo para evitar un retorno a las hostilidades, pero muy lejos de la paz buscada.

En la prisión de los Diez Mil Pasos, varios guardias embozados conducen a un demacrado Hiram BenShaik a sus oscuras profundidades. Hasta el momento se ha hecho lo posible para encubrir el asunto, pero es cuestión de tiempo que se sepa que Hiram, consejero delegado del Gremio, estuvo implicado en el asesinato de Ailbhe Slive, en asociación con Cathal Moran, agente de la hermética Cacería Salvaje, actualmente en paradero desconocido. Un hecho que cambia todo el significado de la guerra. Los miembros cercanos al Consejo sólo pueden conjeturar entre susurros sobre la terrible tormenta que esta revelación puede desatar. Esto poco le importa a Hiram. Sabe que es probable que la próxima vez que vea la luz sea marchando a la Plaza del Ahorcado.

Trescientos metros sobre su cabeza, en la torre del Autómata, Guiegan Slive medita en la vacía sala del Consejo. Oberón ni siquiera se ha dignado a recibir las noticias personalmente. Ni siquiera ha querido oír de sus labios que en un mes deberá abandonar su puesto como Regente. Tras haber informado a la silenciosa Reina de Sangre, ella simplemente asintió con una sonrisa. Ni ápice de indignación o furia, sólo esa peligrosa sonrisa. Su cabeza es un hervidero. Los débiles acuerdos alcanzados, lo suficiente para pacificar la ciudad solo unas semanas, la debilidad de su facción y el asesino de su hermana, un Fae, un miembro de la Cacería Salvaje. Cathal Moran y el Gremio.

Pero Guievan no es el único que tiene a Moran en sus pensamientos. En algún lugar de Daedalus, varias figuras se reúnen, sus rostros ocultos bajo negras capuchas. Uno de ello deposita unas armas en el suelo y los miembros de la Cacería Salvaje honran a su fallecido capitán Lonan Kyrenia con una silenciosa oración. Pero no es la muerte de su capitán lo que ha de preocuparles, si no que siga con vida su verdugo, Cathal Moran.

El silencioso ambiente que allí se respira es muy similar al de la mansión que preside el barrio de Soma Superior. La cabecilla de los Comecarne, la señorita Bell comparte una botella con su taciturno tío, Lord Ravenous. Solo Bourmount, les acompaña, apostado silenciosamente junto a la puerta. Tienen mucho trabajo por delante. Los acuerdos les han hecho ganar algo de tiempo, pero saben que el Gremio y Nuala no van a dejar las cosas como estan. Las primeras jaquecas comienzan a palpitar en las sienes de Ellis Bell. Para colmo de males, no sabe nada de su primo, Carlyle, quien lleva desaparecido desde que volvieron. Tiene mucho trabajo por delante si quiere recomponer su casa, aprovechando las escasas concesiones que se han realizado a su casa. Por suerte, el asesinato de Ailbe Slive ya no pesa sobre ellos. Un mensajero entra en la habitación, sin pedir permiso. Antes de poder ser amonestado, entrega un sobre a Lord Ravenous. Tras leer la carta que guarda en su interior, permanece en silencio. Ante la mirada inquisitiva de Ellis Bell, le entrega la carta. “Vuelvo a casa, mi querida familia. Firmado, Lord Barnaby II, Barón de la Casa Comecarne.”

Mientras, no muy lejos de allí, Lolait Naiv recorre las calles. Tiene que apartar lo acontecido en la mansión. Ya tendrá tiempo de encontrar a esas dos brujas. Ahora tiene una tarea más importante. Sonríe pensando en lo que Nuala trata de hacer. Insatisfecha con los vanos  acuerdos alcanzados, la dama Bauline tiene intención de pasar a la acción. Sabe que Oberon no va a abandonar su trono, esa zorra que finge ser su consorte no se lo permitira. Esta ciudad necesita un gobierno nuevo y Nuala va a dárselo, aunque eso suponga derrama la sangre de su propio pueblo. Lolait acelera el paso en dirección a su cita con aquel que se hace llamar Grain Tuamnat, el fae más odiado de la ciudad, líder de los Sangre Joven.

Sin saberlo, pasa cerca de unos almacenes en cuyo sótano, un grupo de hombres y mujeres, humanos, faes, vivos y muertos, cubiertos por el polvo y la grasa de las fábricas, aún embutidos en sus trajes de faena discuten en voz baja. Saben que si los capataces les descubren, el castigo será severo. Pero la muerte de su compañero Samyl Carbry durante las conferencias de paz pesa sobre ellos. Es una señal más de que deben actuar. Ya no basta con imprimir panfletos y celebrar asambleas en secreto. Hay que dar otro paso en el camino de la Revolución. Intimidado por la presencia de lo que creían una leyenda, su portavoz da la palabra a una figura que se mantiene apartada del resto. Las conversaciones enmudecen cuando Morley, el Gran Rebelde, aquel que incendió la ciudad de Foucault, se dirige a los miembros de la Unión de Trabajadores del Hierro y el Vapor.

A varias manzanas, entre las sugerentes luces del barrio de Luz de Espejo, el Chat Noir abre sus puertas. El local está lleno, como cada noche. Lautrec sale al callejón de atrás, dejando que una ruborizada Cassandra disfrute de la atención de las demás chicas, quienes la atosigan a preguntas. En el silencio del sucio callejón, la mujer que ahora se hace llamar Sherezade medita sentada en un portal. Lautrec la observa, preguntándole con la mirada que hará ahora que ha cumplido su venganza. Ese malnacido de Ulrick Dayne está muerto, como lo están sus antiguos compañeros. Lautrec sonríe levemente, abriéndole de nuevo la puerta del Chat Noir. Sherezade lo observa unos instantes y con un silencioso asentimiento acepta su oferta. El Marqués sonríe. Nunca viene mal tener a un ex-agente de la Observacia. No le faltará trabajo, por descontado. El Chat Noir tiene algo entre manos, su mayor función hasta la fecha. Y toda la ciudad está invitada.


Algunos de los habituales del Chat Noir abandonan el local, caminando con ebrio paso hacia la estación de la calle del Perdido, la gran estación central de Daedalus. Con suerte podrán subirse a una de las locomotoras que todavía recorren la ciudad. Bajo ésta, por debajo de los antiguos túneles de mantenimiento, en los restos de lo que solo unos pocos conocen como Bajociudad, donde Jann Liefendhal camina apresurada. Un asunto de extrema importancia la reclama. Debería estar respondiendo ante el Dogo, tanto por el apresamiento de Hiram como por la muerte del Capitán del Perro Negro, Ulrick Dayne. Pero eso puede esperar. El Dogo puede ponerse un poco más rojo de ira, el culo de Hiram deleitarse con el suelo de la prisión un día más y los del perro Negro, bueno, seguro que no tardan en encontrar otro capitán. Llega a su pequeño laboratorio, donde los tecnomagos del Gremio se mueven ansiosos entre los grandes Motores. Estos siguen apagados como siempre, pero a Jann solo le hace falta una mirada para notarlo. Algo ha cambiado. Puede sentir la energía estática acumulándose a su alrededor. Jann asiente satisfecha. Va a pasar algo. Aprieta los puños, estrujando la nota donde Barnaby le comunica su regreso. Hoy se permite una sonrisa.

Desde la Estación, puede verse uno de los cuarteles de la Milicia. Marius Keenan, apoyado contra el respaldo de su silla juguetea con una botella que lleva un buen rato vacía. Mira fijamente a la silenciosa figura de Tuco, que tras los barrotes le observa, divertido. Aunque la Guardia ha salido bien parada y por fin tiene a Tuco, muchos son los cabos sueltos. Algo le dice que Hiram y Moran no son los únicos implicados en el asesinato de Ailbe Slive, es obvio que el Gremio está detrás, pero, ¿por qué? ¿Y Moran? Aunque escapó, algo le dice que no es la última vez que le verá. Unos pasos apresurados interrumpen el curso de sus pensamientos. Un joven guardia entra. “¡El Arlequín,Capitán! ¡Han encontrado a otra chica muerta en la calle Aojadores!”

Lilith se aparta de la ventana. Puede oler la sangre derramada en las calles cercanas a su morada. Camina sinuosamente hacia donde un malhumorado Asmodeo contempla el fuego encendido. No es que los de su raza sientan frío alguno, pero es un antiguo capricho, una reminiscencia de cuando estaban vivos. Se sienta junto a Asmodeo, aunque este hace un amago de apartarla. Ignora su malhumor. Sabe que si por él fuera, habría zanjado la reunión a golpe de espada. Pero no aún no es el momento de eso. Algo antiguo está moviéndose en la ciudad, tras el telón principal. Se pregunta si Jeremiah sabría algo de verdad o solo era un viejo loco. De momento esperará, pero no será una espera ociosa.
Cuando Lilith se aparta de la ventana, Dagonet se retira a la oscuridad de las calles. Otro compañero de hermandad se le une, silenciosamente. Han encontrado a una chica muerta en Aojadores. Con suerte, podrán llegar a la escena antes que la guardia. Dagonet está inquieto. Lo acontecido en la Mansión, la criatura que dormía en sus profundidades, la historia de Valentine, los asesinatos del Arlequín. Sabe que son hechos relacionados, pero no es capaz de ver las relaciones. Se hace viejo. Si Balan estuviera aqui, sabria que hacer. Pero no es así. Y la Orden solo tiene a un anciano cansado como él para dirigirlos en su ausencia. Embozado en su capa, apresura el paso. Las campanas de la torre del Autómata, empiezan a tañer su primeras notas.

El aire huele a humedad y cera. Los salmos retumban de la catedral, como cada noche de los últimos doscientos treinta y siete años. Los monjes honran al Autómata y la negra sangre que derramó para iluminar a sus discípulos. Sus máscaras mecánicas crujen y chasquean al compás de las oraciones. El decano Rothwild avanza entre ellos, sabiendo que deberá cumplir una severa penitencia por saltarse los rezos. Bajo su brazo, un libro. Un pesado tomo escrito por el Decano Quidam hace más de un siglo. “Las brujas y su realea”, reza el título.  

Muy lejos de allí, en las altas agujas de la ciudad de Quiviria, la joven y hermosa señora de las Espinas, Neshtarel, soberana de los siete círculos infernales de la ciudad, revisa con minuciosidad el informe enviado por Lord Nechael Ura Xintragrupten, o Silas, como es conocido en Daedalus el embajador de Quivaria. Neshtarel sonríe. Los hombres que la acompañan, sacerdotes enviados desde la ciudad de Babel, se inclinan, con sus cuerpos semimecánicos emitiendo leves quejidos. -“ Mis queridos señores, buenos presagios llegan desde Daedalus. La ciudad está un paso más cerca de unirse a nuestra pequeña federación.”
….

Jeremiah da otra calada y deja que el humo se eleve perezosamente. Hace frío, pero no tiene ganas de volver a la solitaria casa y la ominosa presencia que la habita.

Valentine y Finguall hace horas que marcharon. Una apesadumbrada, la otra furiosa. Ambas intentaron convencerlo para que las acompañase, pero él se negó. No, él ya no iría a ninguna parte. Le habría gustado decirles que olvidasen todo, que tratasen de encontrar la paz de algún modo. En cambio las dejó marchar sin decir nada. Ahora se da cuenta de que es mejor el que hayan fracasado. Ellas no lo ven, todavía son jóvenes. Sólo espera que vivan lo suficiente para recapacitar.

Bradigan, o mejor dicho Phineas Shae fue el último en marchar. El antiguo pirata podría haberlo matado si hubiera querido. Al fin y al cabo, Jeremiah incumplio su parte del trato. En cambio, sólo le arrojó una mirada cargada de aprensión y marchó hacia la ciudad.

Y allí quedó él, solo con el Schanttentor. Lleva demasiado tiempo allí para escapar de su influencia. Todavía puede oír a la criatura, chillando en su cabeza. Va siendo hora de poner fin a algunas cosas. El fuerte olor de la trementina llega desde la casa. Quizás no pueda acabar con el Schanttentor, pero sí puede hacer desaparecer la mansión.

Observa al par de figuras, cada vez más cerca. Sabe quiénes son y qué buscan. Barnaby, de la Casa Comecarne y Sir Balan, un renegado de Daedalus. La criatura le anunció su llegada. También le dijo que escuchara lo que tenían que decirle y les diese lo que necesitasen.

Jeremiah lo hará. Es la última vez que sigue las instrucciones del Schattentor. Una vez acabada esa última tarea, volverá al interior de la mansión y encenderá las luces por última vez.

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