Primeros pasos, una introducción a Daedalus.





Los primeros pasos siempre son los más complicados. Aquí como en cualquier otro lugar. ¿Por dónde debería empezar? ¿Como describir un lugar tan vasto, tan extraño? ¿Debería empezar por su historia? ¿Su arquitectura? Quizás, ¿Sus gentes? No existe forma de hacerte comprender cómo era aquello sin hacerte pensar que estoy loco o que soy un colgado. Y aunque me creyeses, aunque pensaras que es algo más que los delirios de un viejo, no llegarías a imaginarlo. Dios santo, es todo tan ajeno a este sitio... Pero bueno, trataré de describirte Daedalus. Pídeme una pinta, esto nos llevará un rato. 

...

Piensa en otro plano, una realidad paralela a esta. Tan lejano que podría encontrarse a años luz de Birmingham, pero a la vez tan cercano que podrías llegar a él torciendo esa esquina o atravesando esa callejuela. No sé como funciona exactamente la unión entre este mundo y aquel otro, supongo que es algo que cae en manos de la metafísica... o la teología, según a quién preguntes. ¿Nunca te has planteado a dónde llevan algunas puertas? Por ejemplo, esa puerta oxidada que parece llevar siglos sin abrirse, esa que siempre cruzamos de camino aquí. Creo... Creo que cuando algunas puertas se olvidan, cuando pasan el tiempo suficiente sin ser abiertas, acaban conduciendo hasta allí. Lo mismo pasa con la algunas personas. Cuando pierden su lugar en este mundo, cuando prácticamente no queda nadie que les recuerde ni piense en ellos, pueden acabar siendo arrastradas hacia otro plano. Y no solo las personas. ¿Qué pasa cuando un dios muere? ¿Y con las leyendas? Todas esas criaturas que habitan el folclore popular... Vampiros, hadas y demás mierdas... Sí, bueno, no me mires así. Te dije que no ibas a creerme. Si quieres que siga, quita esa mirada y calla hasta que acabe. Luego podrás reírte. Como iba diciendo, estas criaturas existen. No vamos a entrar a debatir esa cuestión. ¿Por qué nadie ha visto una? (Te aviso, no empieces con la gilipollez del unicornio rosa.) Supongo que antes, cuando la gente era más crédula, habitaban este mundo, pero a medida que las cosas se volvieron más banales, desaparecieron y acabaron en ese otro lugar del que te hablo.

Aún recuerdo la primera vez que llegué allí. Un eterno cielo plomizo, una vasta llanura de polvo, árida y seca. Me encontraba a la entrada de una gruta de piedra rojiza, frente a un enorme monolito toscamente tallado. Tendría unos seis o siete metros. Un menhir, eso es, del mismo material que la piedra de la gruta. Más tarde sabría que ese monolito era conocido como la Piedra de Sangre. Había algo que me empujaba, alejándome de la gruta, una fuerza invisible que embotaba mi mente y me empujaba a avanzar. Hasta que la vi, justo detrás del enorme menhir: La ciudad de Daedalus. 

Daedalus. No diré que era una ciudad hermosa, porque desde luego no lo era. Pero sí que resultaba impresionante. Todo en ella desafía a la lógica. Un gigantesco conglomerado de edificios, apiñados y comprimidos, inclinándose agotados unos sobre los otros. Sus ladrillos, ennegrecidos por la contaminación y el alquitrán. Las enormes chimeneas de las fábricas, vomitando día y noche ese humo negro y pegajoso, solo empequeñecidas por las monstruosas torres de la ciudad, elevándose cientos de metros hacia el cielo en posturas imposibles. Cables y pasarelas se extienden de un lugar a otro, desordenadas, como si fuesen las conexiones nerviosas de una bestia. Sus empedradas calles, las arterias del monstruo, contienen la más heterogénea mezcla de seres que jamas hayas visto. Vivos y muertos, demonios y faes, humanos y constructos movidos por vapor, toda clase de criaturas. Mendigos, asesinos, prostitutas, mercaderes, estibadores... Todos alumbrados por la pálida luz de las farolas de gas, dando lugar a toda una cacofonía de voces mezcladas con el ruido de los motores y el tronar de las fábricas. 

Y no sólo sus gentes son extrañas. Su tecnología ha tomado un rumbo distinto al nuestro. El vapor y la taumaturgia (magia, aunque este término resulte demasiado ambiguo), son su base. Hace unos días me enseñaste ese cacharro... El trasto ese con los botoncitos...Si, como se llame. Eso no es nada, chaval. He visto máquinas pensantes movidas por pistones de vapor y circuitos taumatúrgicos que dejarían en pañales toda esta basura. 

Volviendo a la gente de Daedalus. Puedes encontrar todo tipo de individuos, pero hay dos grupos predominantes: Los Faes y los humanos. Sí, los humanos aquí son un grupo más, no la norma. Los fae son lo que entendemos vulgarmente por hadas. Al menos las de las leyendas célticas. No pienses en pequeños seres con alas y trajes de hojas, de cara sonriente. La mayoría no son muy diferentes de un humano, salvo por los cuernos y las orejas puntiagudas. Y créeme, tienes que andarte con cuidado, algunos son unos auténticos bastardos mal nacidos capaces de sacarte las tripas a puñaladas y robarte las botas. Bueno, en esto se parecen a los humanos. También hay más seres. Los no-muertos son otro grupo numeroso. Si, no-muertos, vampiros, ghoules, fantasmas... Ciudadanos como cualquier otro, y aunque no lo creas, son de los grupos más civilizados de la ciudad. Supongo que cuando estás muerto ves las cosas de otra forma. Y las cosas no acaban aquí... He visto demonios, dioses y otras criaturas aún más inclasificables. Todos ellos dedicados a subsistir como buenamente pueden. ¿Te puedes creer que el tipo que me limpiaba las botas fue un viejo dios de los Balcanes? Y ahí lo tenías, un miserable como cualquier otro luchando por sobrevivir. Y todo eso sin contar las otras ciudades, Quivira, con su ralea demoníaca y Babel, con su casta de teócratas, eran las más cercanas, y aunque el viaje por las llanuras era extremadamente peligroso, había otros medios para viajar, como las piedras de viaje o el tráfico fluvial por el río Caronte, por lo que no era raro ver extranjeros, lo que suponía un plus para la heterogénea población de la ciudad. Extranjeros en una tierra extraña. 

Se podría decir que Daedalus era una especie de cajón de sastre para la creación. 

Creeme cuando te digo que nunca veras lo que yo he visto. Cada calle, cada local, cada uno de los pueblos dejaba su seña, única e individual en la ciudad. Desde los matones callejeros de la calle Vos-y-los-Nuestros, con su intrincada jerga callejera, a las infernales comitivas diplomáticas Quivirianas y sus juegos rituales, la fastuosa y lúgubre corte de Invierno Feérica y los salvajes y supersticiosos hombres de los clanes Akkar. Jamás has visto cabareteras como las de Le Chat Noir, con sus extravagantes y alborozados espectáculos, todo un contraste con las lúgubres e íntimas danzas mortuorias del Salón Luz Fúnebre. Paseando por sus calles puedes encontrarte desde la academia de Corvus, con sus eruditos y estudiantes, a los pozos de pelea de Dominio del Duque. En el aire se entremezclan el humo de los grandes vapores mercantes que atracan en los muelles de Arboleda, con el olor a especias del mercado de los Huesos. Los artesanos relojeros de la calle Aparejador, las gigantescas torres taumatúrgicas del Gremio, los oscuros rumores sobre la Cacería Salvaje, los populares cuentos sobre Musaraña y sus caballeros... 

Podría pasarme días enteros hablándote de todo ello y no alcanzaría a describirte más que una pequeña fracción... Habrás de entender que no pueda evitar ponerme nostálgico. ¿Que por qué no sigo allí? Bueno, es una historia que no me apetece contar. Hubo una guerra. Una guerra civil. Yo... Mi casa fue parte importante del conflicto. Perdimos. Bueno, eso creo. Para esa ciudad yo estoy muerto. El cómo llegué aquí... es una larga historia. Larga y luctuosa. No hablemos de eso. Dejémoslo aquí. Por hoy es suficiente. Ve a por otra bebida, por favor.

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